martes, 30 de diciembre de 2008

Saraband



http://www.youtube.com/watch?v=p8jaHvXqSu4


Saraband explora nuestro interior de una manera poco común. Expresa también la quintaesencia del ser humano cuando éste trasciende su condición más primaria y consigue estar por encima del bien y del mal. Su intensidad dramática, unida a cierto desapego por lo puramente material, nos hace preguntarnos si esa forma de estar en el mundo es exclusivamente propia de los paises nórdicos o si es extrapolable a otras culturas. La figura central de la película es Erland Josephson, un hombre de 86 años, que lee a Kierkegaard (precursor del Existencialismo por hacer filosofía del Sufrimiento y la "Angustia" que en gran parte de su obra trata de las emociones y sentimientos que experimentan los individuos al enfrentarse a las elecciones que plantea la vida) y oye a Beethoven con una intensidad y una fruicción que nos hace preguntarnos dónde hemos dejado la pasión que una vez nos embargó al estar ante la genialidad, y en su planteamiento no hace juicios morales, simplemente nos expone con admirable excelencia la extrema complejidad del Ser Humano cuando éste realmente decide serlo.
Me ha recordado quien fui cuando era adolescente, y me ha hecho pensar si con los años no bajamos de forma absolutamente vergonzosa el listón de nuestra propia exigencia, si la excelencia no consiste precisamente en eso, en mantener la tendencia que elegimos a los quince o dieciséis años, sin concesiones, sin renuncias, con la misma fuerza de voluntad y capacidad de sacrificio del deportista fiel a su disciplina, pero en este caso disciplina mental, cargada de sentido, de sensibilidad, de razón y elección. Esa ausencia de concesiones que los "adultos" calificamos de excentricidad o inmadurez en el adolescente y que no es más que el complejo de culpa del que se sabe rendido ante la adversidad, la dificultad, el trabajo de elegir lo mejor y lo que más se adapta al "deber ser", el adocenamiento, la renuncia y la pobreza que en la mayoría de los casos supone la vida adulta, el sofá y la televisión.

lunes, 29 de diciembre de 2008


Después de un tiempo,

uno aprende la sutil diferencia

entre sostener una mano

y encadenar un alma.
Y uno aprende

que el amor no significa acostarse

y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender...Que los besos no son contratos

y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas

con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir

todos sus caminos en el hoy,

porque el terreno de mañana

es demasiado inseguro para planes...

Y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo

uno aprende que si es demasiado,

hasta el calorcito del sol quema.
Así es que uno planta su propio jardín

y decora su propia alma,

en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,

que uno realmente es fuerte,

que uno realmente vale,

uno aprende y aprende...
Y con cada día uno aprende...


Soledad,

aquí están mis credenciales,

vengo llamando a tu puerta

desde hace un tiempo,

creo que pasaremos juntos temporales,

propongo que tú y yo

nos vayamos conociendo.

Aquí estoy,

te traigo mis cicatrices,

palabras sobre papel

pentagramado,

no te fijes mucho en lo que dicen,

me encontrarás

en cada cosa que he callado.

Ya pasó,

ya he dejado que se empañe

la ilusión de que vivir es indoloro.

Que raro que seas tú

quien me acompañe, soledad,

a mí, que nunca supe bien

cómo estar solo.
J. Drexler.

Tan cansado que de nuevo me acuerdo de que ya hace 25 años me explicaban que había llegado "el fin de los grandes relatos", Levy y su estructuralismo nos desengañaba a todos, por fin el fin. Entonces lo supe, ahora lo siento. Sin materialismo cultural, sin anarquismo epistemológico, apenas con la piel erizada en la nuca, cada vez más; lo siento. Adiós a la razón, bienvenido el conocimiento.

Estoy cansado, al borde del abismo espaciotemporal, veo que las excepciones solo son reglas y que al final las reglas se cumplen y adoptan el carácter de leyes. La intuición se convierte en certeza y la opinión en conocimiento; al final del camino se encuentra, oscura y solitaria, la libertad, sin grandes relatos, sin excepciones, plena de sentido y sensibilidad, de riqueza y autoconocimiento, que acaso es lo que más importa, aunque no sea lo único que importa. El tiempo te enseña que todo es prescindible, es más, que todos somos prescindibles. Al principio esto asusta, la sospecha se convierte en certeza y con esta transición el miedo se transforma en alivio, un alivio sincero, sencillo y comprensible cuando asumimos, en un atisbo de clarividencia, que de esta carrera de obstáculos que es la vida, podemos bajarnos, mantenernos al margen, descalificarnos, es más, que si no lo hacemos nosotros mismos, al final la Vida se encargará de ello por nosotros, de que no debemos tomarnos la vida demasiado en serio, porque no saldremos vivos de ella.

Carlos Marzal nos dice que resulta curiosa la manera en que nos desvanecemos. Como viejas fotografías. Al morir, somos aún constante tema de conversación y llanto. Poco a poco, dejamos paso al huracán de la vida cotidiana, que se instala entre quienes nos conocieron de forma implacable. Cada vez salimos menos a cuento en menor número de ocasiones, pasamos a ser una casualidad, un tropiezo de la memoria. La gente que nos frecuentó y nos conocía se desvanece también. Cierta noche la última persona que puede decir que nos vio, pasa al otro lado. Sobre el papel del relato solo queda una tonalidad sepia que no sirve para reconstruir nada.

...Hoy como entonces, esperante y sabedor de tanta luz... seguida de tanto desencanto.

miércoles, 10 de diciembre de 2008


Buceando en el baúl de los recuerdos me ha sorprendido lo larga y diferente que llega a ser la vida. Cartas de hace veinticinco años, de las que ya no escribimos, en esta efímera civilización de lo perfecto, que no dejará poso (¿te imaginas un mail que sobreviva más de dos décadas?), cartas que te muestran a tí mismo como un extraño, alguien que ya hace tanto tiempo era ya un adulto diferente, expectante y alerta, ignorante de un futuro que para tí ya es pasado, consumido y conocido. Fotos amarillentas de hace cinco lustros, en que aún te reconoces, mejor que en las cartas, y piensas en que quizá es un espejismo y no es tanto el tiempo transcurrido.

Ahora ya es imposible construir recuerdos de tal lejanía, de tal potencia taladradora de futuros ignorados, por fin hemos creado el perfecto arte efímero y virtual de la inexistente irrealidad, y entonces el pensamiento es como humo, y el arte como un arreglo floral, presto a marchitarse a la siguiente caida de bits en la involuntaria papelera de reciclaje de un apagón.

Cuantos sentimientos olvidados, alianzas inquebrantables que no dejan ni el polvo de sus cenizas, tardes interminables que dedicamos a construir estos pertinaces recuerdos. Cuando este párrafo ya no exista en ninguna parte, ni en mi recuerdo ni en el tuyo, aquellas cartas de cuando aún había dos Alemanias, dos mundos en Occidente, la falsa creencia de que eran malos tiempos para la lírica, aquéllas, aún seguirán provocando sonrisas irónicas, estremecimientos, asombro o aburrimiento en quien llegue a leerlas. Las fotos aún nos mirarán llenas de polvo desde el fondo del cajón, en cambio estas otras que pueblan nuestro cajón virtual infinito, éstas, habrán desaparecido y ni su recuerdo nos arrancará sonrisas, ni hará recordarnos a nuestros deudos, porque ya no serán ni siquiera humo, ni recuerdo, ni siquiera presentimiento.
Disponible
inutilmente ofrecido
al análisis inclemente
de desconocidos,
voy,
(la voz es inconsciente)
a la búsqueda de
paraisos recobrados,
recordando
la infancia.
Esa irreal pesadilla
lejana y evanescente.
Y pienso en la lejanía
de los paisajes
de los jardines,
de mi infancia.

Imposible medir
la distancia.

domingo, 20 de abril de 2008


Olvido tantas cosas que dudo que mañana me acuerde de este estado.

A veces, cuando el sueño arrasa el tiempo con su confuso silencio

Me despierto añorando tu presencia cálida y rotunda.

Imagino que no duermo, que el tiempo carece de fin, que la noche es eterna

Y que cada instante nos aleja del olvido, en lugar de acercarnos, de nuevo, al silencio.

Olvido tantas cosas que hay noches en que no me acuerdo de tus besos.

Y son esas las veces en que me remuerde la conciencia.

Transitoria muerte, interrumpe la partida, y sobresalta

Saber el tiempo perdido, la necesidad del descanso, el corazón baldío…

miércoles, 19 de marzo de 2008

Dile cosas bonitas...


Dile cosas bonitas a tu novia:

Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
es plata viva). Y cuando se lo crea
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo: bébetela.
(L. A. de Cuenca)