lunes, 29 de diciembre de 2008


Después de un tiempo,

uno aprende la sutil diferencia

entre sostener una mano

y encadenar un alma.
Y uno aprende

que el amor no significa acostarse

y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender...Que los besos no son contratos

y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas

con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir

todos sus caminos en el hoy,

porque el terreno de mañana

es demasiado inseguro para planes...

Y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo

uno aprende que si es demasiado,

hasta el calorcito del sol quema.
Así es que uno planta su propio jardín

y decora su propia alma,

en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,

que uno realmente es fuerte,

que uno realmente vale,

uno aprende y aprende...
Y con cada día uno aprende...


Soledad,

aquí están mis credenciales,

vengo llamando a tu puerta

desde hace un tiempo,

creo que pasaremos juntos temporales,

propongo que tú y yo

nos vayamos conociendo.

Aquí estoy,

te traigo mis cicatrices,

palabras sobre papel

pentagramado,

no te fijes mucho en lo que dicen,

me encontrarás

en cada cosa que he callado.

Ya pasó,

ya he dejado que se empañe

la ilusión de que vivir es indoloro.

Que raro que seas tú

quien me acompañe, soledad,

a mí, que nunca supe bien

cómo estar solo.
J. Drexler.

Tan cansado que de nuevo me acuerdo de que ya hace 25 años me explicaban que había llegado "el fin de los grandes relatos", Levy y su estructuralismo nos desengañaba a todos, por fin el fin. Entonces lo supe, ahora lo siento. Sin materialismo cultural, sin anarquismo epistemológico, apenas con la piel erizada en la nuca, cada vez más; lo siento. Adiós a la razón, bienvenido el conocimiento.

Estoy cansado, al borde del abismo espaciotemporal, veo que las excepciones solo son reglas y que al final las reglas se cumplen y adoptan el carácter de leyes. La intuición se convierte en certeza y la opinión en conocimiento; al final del camino se encuentra, oscura y solitaria, la libertad, sin grandes relatos, sin excepciones, plena de sentido y sensibilidad, de riqueza y autoconocimiento, que acaso es lo que más importa, aunque no sea lo único que importa. El tiempo te enseña que todo es prescindible, es más, que todos somos prescindibles. Al principio esto asusta, la sospecha se convierte en certeza y con esta transición el miedo se transforma en alivio, un alivio sincero, sencillo y comprensible cuando asumimos, en un atisbo de clarividencia, que de esta carrera de obstáculos que es la vida, podemos bajarnos, mantenernos al margen, descalificarnos, es más, que si no lo hacemos nosotros mismos, al final la Vida se encargará de ello por nosotros, de que no debemos tomarnos la vida demasiado en serio, porque no saldremos vivos de ella.

Carlos Marzal nos dice que resulta curiosa la manera en que nos desvanecemos. Como viejas fotografías. Al morir, somos aún constante tema de conversación y llanto. Poco a poco, dejamos paso al huracán de la vida cotidiana, que se instala entre quienes nos conocieron de forma implacable. Cada vez salimos menos a cuento en menor número de ocasiones, pasamos a ser una casualidad, un tropiezo de la memoria. La gente que nos frecuentó y nos conocía se desvanece también. Cierta noche la última persona que puede decir que nos vio, pasa al otro lado. Sobre el papel del relato solo queda una tonalidad sepia que no sirve para reconstruir nada.

...Hoy como entonces, esperante y sabedor de tanta luz... seguida de tanto desencanto.