lunes, 29 de diciembre de 2008


Tan cansado que de nuevo me acuerdo de que ya hace 25 años me explicaban que había llegado "el fin de los grandes relatos", Levy y su estructuralismo nos desengañaba a todos, por fin el fin. Entonces lo supe, ahora lo siento. Sin materialismo cultural, sin anarquismo epistemológico, apenas con la piel erizada en la nuca, cada vez más; lo siento. Adiós a la razón, bienvenido el conocimiento.

Estoy cansado, al borde del abismo espaciotemporal, veo que las excepciones solo son reglas y que al final las reglas se cumplen y adoptan el carácter de leyes. La intuición se convierte en certeza y la opinión en conocimiento; al final del camino se encuentra, oscura y solitaria, la libertad, sin grandes relatos, sin excepciones, plena de sentido y sensibilidad, de riqueza y autoconocimiento, que acaso es lo que más importa, aunque no sea lo único que importa. El tiempo te enseña que todo es prescindible, es más, que todos somos prescindibles. Al principio esto asusta, la sospecha se convierte en certeza y con esta transición el miedo se transforma en alivio, un alivio sincero, sencillo y comprensible cuando asumimos, en un atisbo de clarividencia, que de esta carrera de obstáculos que es la vida, podemos bajarnos, mantenernos al margen, descalificarnos, es más, que si no lo hacemos nosotros mismos, al final la Vida se encargará de ello por nosotros, de que no debemos tomarnos la vida demasiado en serio, porque no saldremos vivos de ella.

Carlos Marzal nos dice que resulta curiosa la manera en que nos desvanecemos. Como viejas fotografías. Al morir, somos aún constante tema de conversación y llanto. Poco a poco, dejamos paso al huracán de la vida cotidiana, que se instala entre quienes nos conocieron de forma implacable. Cada vez salimos menos a cuento en menor número de ocasiones, pasamos a ser una casualidad, un tropiezo de la memoria. La gente que nos frecuentó y nos conocía se desvanece también. Cierta noche la última persona que puede decir que nos vio, pasa al otro lado. Sobre el papel del relato solo queda una tonalidad sepia que no sirve para reconstruir nada.

...Hoy como entonces, esperante y sabedor de tanta luz... seguida de tanto desencanto.

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