miércoles, 10 de diciembre de 2008


Buceando en el baúl de los recuerdos me ha sorprendido lo larga y diferente que llega a ser la vida. Cartas de hace veinticinco años, de las que ya no escribimos, en esta efímera civilización de lo perfecto, que no dejará poso (¿te imaginas un mail que sobreviva más de dos décadas?), cartas que te muestran a tí mismo como un extraño, alguien que ya hace tanto tiempo era ya un adulto diferente, expectante y alerta, ignorante de un futuro que para tí ya es pasado, consumido y conocido. Fotos amarillentas de hace cinco lustros, en que aún te reconoces, mejor que en las cartas, y piensas en que quizá es un espejismo y no es tanto el tiempo transcurrido.

Ahora ya es imposible construir recuerdos de tal lejanía, de tal potencia taladradora de futuros ignorados, por fin hemos creado el perfecto arte efímero y virtual de la inexistente irrealidad, y entonces el pensamiento es como humo, y el arte como un arreglo floral, presto a marchitarse a la siguiente caida de bits en la involuntaria papelera de reciclaje de un apagón.

Cuantos sentimientos olvidados, alianzas inquebrantables que no dejan ni el polvo de sus cenizas, tardes interminables que dedicamos a construir estos pertinaces recuerdos. Cuando este párrafo ya no exista en ninguna parte, ni en mi recuerdo ni en el tuyo, aquellas cartas de cuando aún había dos Alemanias, dos mundos en Occidente, la falsa creencia de que eran malos tiempos para la lírica, aquéllas, aún seguirán provocando sonrisas irónicas, estremecimientos, asombro o aburrimiento en quien llegue a leerlas. Las fotos aún nos mirarán llenas de polvo desde el fondo del cajón, en cambio estas otras que pueblan nuestro cajón virtual infinito, éstas, habrán desaparecido y ni su recuerdo nos arrancará sonrisas, ni hará recordarnos a nuestros deudos, porque ya no serán ni siquiera humo, ni recuerdo, ni siquiera presentimiento.

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