martes, 14 de noviembre de 2006



En esas calles estrechas
donde huele a gato triste
y el silencio se hace a las once cada noche,
me dejé lágrimas suficientes para unirme
a ese cauce enterrado,
y ser otro cauce
con él.
Entre luz amarilla de faroles
(que sólo parecen antiguos)
tejimos dramas amantes de la tiniebla
viendo pasar perros y borrachos,
en realidad conscientes de nuestro igual a ellos.
En calles que se hacen cansancio
nos hemos amado mejor que entre paredes,
porque ni las paredes guardaban oculto
tanto silencio.

Fue la ciudad, ventosa, fria,
y solitaria
La que me hizo olvidarte
tantas veces.

Madrid estaba ventosa y fría, llena de extraños de todas la razas, taciturnos y apresurados. La luz de Madrid, en los soleados días de invierno siempre me ha gustado, y ayer el otoño empezaba a sentirse en cada calle, en cada árbol, en cada esquina. Paseamos por el centro largamente, haciendo paradas en librerías, y alguna en tabernas antiguas donde el vermouth no es Martini, pero es muy bueno. Hortaleza, corazón de Chueca, es mi preferido a esa hora de la mañana, con sus fruterías, pescaderías, sex shops, colmados y bares de ambiente. Mi buen amigo se afanaba con el pulgar en su móvil, en una frenética actividad haciendo gala de unos músculos y tendones de pulgar que ya los quisieran para sí los tenistas de élite y yo, por mi parte respiraba hondo el ambiente de la Metrópoli que tanto conozco y me gusta cada vez más. Comimos en el Palace, y disfrutamos de un exquisito menú con bogavante, vieiras, pato, codorniz, y un precio de infarto. Luego paseamos de nuevo hacia la Gran Vía, de nuevo compramos libros, nos tomamos una copa y dormitamos en un cine un ratito hasta la hora del avión. A pesar de la brevedad del viaje, y de la caminata por oscuros e iluminados, fluorescentes túneles de metro y aeropuerto, me encantó el sabor metálico de Madriz, de mi Madriz, y me recuerda mis primeros viajes, hace ya tantos años que apenas se debe recordar, titubeantes, enfrentándome a la ciudad desconocida, y a asuntos que me desbordaban, ante los que nunca me pudo el desaliento. Te eché de menos, me acordé de tí muchas veces, y en fin, pudiera haber sido otro el viaje, pero mundos hay muchos, y la encrucijada del espacio y el tiempo, quizá sea misericordiosa, y nos permita, en futuros no lejanos, cruzarnos en ese punto del universo. Como decía Isabel Allende, y ya te dije un día, hasta la presente son muchas las veces que me arrepentí de no haber hecho cosas, especialmente algunas cosas, creo que eso es lo normal, y al final lo que deja un sabor a derrota en los labios, y en otros sitios más recónditos.


Deseos se nos mueren
impunemente
Recordando
Qué sé yo qué momento
de febril aquiescencia.
En tus brazos.
Entre los míos
te dejo, sin saber
hasta cuando he de dejarte
y dudo
si es mejor el olvido
o ese triste recuerdo
que hace pesadas y pegajosas
las sábanas de cualquier lecho.
Esperarte...
desperezándome entre tinieblas
con el alma cerrada a la luz del nuevo día
y temiendo
esta otra alba silenciosa
que se infiltra sin permiso;
que rompe postigos
y arranca destellos de paredes grises.
Despertar al ruido (incipiente)
ensordecedor
ante tanta culpa
inútilmente justificada.
Baldía.
Crapuloso
peor aún que
si el incesto
me hubiese visitado
en esta noche.
Hambriento
ante la luz
que nos desasosiega
y expectante
ante esa ausencia inevitable
que me extiende
hacia los días
amargos
de un futuro
sin futuro
Como el suyo.
Como el nuestro.
De un presente
del que salimos
indemnes
porque el pensar
no cuesta nada
ni desgasta
la ansiedad que nos produce.
Hoy te recuerdo,
como entonces
esperante y sabedor
de tanta luz,
seguida de tanto
desencanto.

Recuerdos (Stardust memories)






Cairo said...
Recuerdos...tantas historias vividas por otros que fueron yo y ahora vagan en aquella dimensión que se esconde en los recónditos pliegues de mi cerebro. Una tarde de mayo viendo al sol ponerse interminable en Castilla y oliendo mis manos que olían a Su nuca, tenue e intensamente deseada; las noches de risas haciendo el amor con Angela en su casa de Granada, sin esperar nada mejor y sabiendo que era un sueño pasajero, su cuerpo elástico y su mente felina y ajena, siempre dispuesta a desaparecer para siempre, como finalmente hizo... El sexo con el ruido de fondo de la selva, ensordecedor, amenazante, el calor pegajoso y lúbrico enredado en las ingles y las manos, y el frío gélido del Neckar en el paseo de los filósofos, apenas soportando tal cúmulo de belleza serena y triste. Todos eran yo y ahora son ya otros, tan desconocidos que me asombran, pero que guardan un triste y entrañable sabor a ausencias deseadas y presentidas.




A Ana G., por su inspiración.
14 noviembre, 2006