miércoles, 31 de enero de 2007

Bonjour Tristesse


Vuelvo a casa tras un rato fuera que me ha dejado la cara acartonada, helada en una sonrisa amarga, y pienso en enterrarme nuevamente en mi túmulo de algodón y calor humano a prueba de ataques personales, y para colmo leo en el semanal de El País el artículo de Maruja Torres sobre los blogs, venenoso, resentido, impropio de ella, y no puedo evitar pensar en los burócratas de la SGAE que llevan decenios sin dar palo al agua, en Ramoncín, en Teddy Bautista...y no sé si tanto resentimiento a los pobres bloggeros desconocidos esconde otros freudianos sentimientos menos confesables, y me entristece aún más leerlo de ella, con quién he pasado tan buenos ratos y coincidido tantas veces y cuya cuenta he engordado, incluyendo sus derechos de autor, con mi granito de arena de comprador y lector.

Cada vez avanza más el pensamiento único de esta pseudoizquierda bienpensante y políticamente correcta que ni es izquierda, ni piensa bien, ni es correcta, que atiende a la voz de Su Amo, que responde a consignas generadas no por filósofos, como antaño, porque sus filósofos son los publicistas y los cargos medios del Partido (otro día hablamos del lado oscuro, de Mordor, pero hoy me refiero a la Tierra Media, que me duele más, porque es allí donde mi corazón descansa). No puedo más, con este pensamiento único y aplastante que como Matrix ocupa la realidad desde los medios de comunicación, donde como en el peor comedor benéfico puedes elegir entre lo malo y lo peor, y donde cada día leo opiniones de quienes antes eran intelectuales (como Maruja), y hoy tienen opiniones de portera (con todo el respeto a las porteras, que en su descargo no escriben en El País) o lo que es peor, de taxistas. Ahora dirigen nuestros pasos, nuestros gustos, nos recomiendan usar guantes de latex y gafas de seguridad para tocar y ver lo que no tiene derechos de autor ni ha pasado por caja, nos dice a quién admirar y odiar, con quién nos podemos relacionar, a quién amar o con quien soñar, y, finalmente, de quién avergonzarnos.

Mi reino no es de este mundo.

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